miércoles, 20 de febrero de 2019

Sucedáneo

Vete por donde viniste, puto espíritu maligno de las culpas y las condenas genéticas eternas. Vírate por donde mismo llegaste, complacencia familiar, eterna enajenación retrógrada, tradicional cadena, cúpula de cristal, perfección de crisálida, expectativa ajena, alienante. Ándate a la mierda, persona no real, espejismo que pretende ser yo, sucedáneo barato de mí misma.

lunes, 18 de febrero de 2019

Sueño

Salí un momento al jardín y después preferí quedarme apoyada en el umbral de la puerta para mirarlo desde ese marco perfecto: estaba atardeciendo, el cielo estaba anaranjado, y como ya casi terminaba el otoño, la tarde era tibia. La casa estaba en lo alto de un cerro y eso le daba una vista amplia hacia al fondo, y abajo. Casi al final del jardín había un pequeño bosque.

Era de pasto liso, cuidado, como el de las canchas de golf del club donde viví parte de mi infancia por el trabajo de mi papá. Sobre las colinas había un par de encinas, liquidámbares jóvenes y algunos quillayes meclados con aromos en flor. Se veía amarillo todo el campo.

Apoyada en el marco miré hacia el fondo y vi una fogata. La vigilaban una mamá y su hija pequeña que iban vestidas con ropa antigua, usaban unos vestidos recatados color pastel. Me miraron, desde lejos, como si nos conociéramos, pero no hicieron ningún gesto para saludar.

Yo estaba concentrada en ellas cuando más acá, cerca y a mi izquierda, escuché entre unos matorrales un movimiento como el de un roedor escabulléndose. Cuando me fijé mejor noté que era una coneja dando a luz a 5 gazapitos. En la escena, también había dos búhos grises que observaban de cerca, como atendiendo a la madre para que no hubiera complicaciones en el parto.

De pronto ví como los búhos se las arreglaban para tomarlos a todos en sus patitas, y se los llevaban cruzando el cielo frente a mí: iban a dejar a la coneja y sus pequeños a un lugar más seguro, supuse.

Cuando desaparecieron de mi vista decidí que buscaría un chaleco para abrigarme un poco y salir a saludar a mis amigas del fondo de jardín, así que entré al living de esa antigua casa y busqué entre los sillones mi chaleco, pero no lo encontré.

En cambio, algo en el suelo se movió y capturó mi atención. Era una manta de lanilla negra que se movía hacia mí. Cuando alcanzó mis pies, me caí y ya no pude pararme más. Lo intenté pero algo me atraía hacia el suelo por alguna razón. Desde ahí intenté arrastrarme con los brazos y salir al jardín pero no pude, y angustiada comencé a gritar ¡¡¡papá!!!, lo más fuerte que pude.

Sabía que él no estaba ahí. Que tendría que viajar mucho para llegar tan rápido a la casa en la que yo estaba, a ese pueblo, y a esa parcela, e incluso a esa dimensión -porque comenzaba a sospechar que estaba soñando-, y entonces aún en el suelo ví como se desplegaba una pantalla gigante frente a mí donde apareció un puntito rojo sobre un mapa, moviéndose en tiempo real hacia mi ubicación, avanzaba como cruzando una especie de laberinto: supe que ese puntito era mi papá.

Seguía en el suelo gritando e intentando levantarme cuando desperté en otro sueño, con los codos apoyados en la mesa del comedor de diario de la casa de mis padres. Mi papá estaba cocinando algo mientras me decía "ya estás bien Fernanda", y más allá mi mamá hablaba por teléfono con alguien que supuse era mi abuela, y le decía "aquí está, bien. Sólo volvió a tener el típico sueño de la casa en el campo".



martes, 29 de enero de 2019

Lavar la ropa

Al final de esos meses, poco pude hacer por su corazón tormentoso y dark. Parecía que en cualquier momento iba a tirarse al metro si algo malo sucedía y yo no quería ver eso porque le tengo miedo a los muertos.

Para no ser tan mala gente le prometí en secreto que en otra vida haría por él lo más que pueda, aunque después de prometerlo pensé en lo difícil que sería cumplirlo si en la vida siguiente no nos reconocíamos, porque cuando uno se reencarna o nace de nuevo, lo hace con otra forma física y astral, por eso antes de morir hay que acordar una señal para que la otra persona sepa que eres tú.

Yo le dije que me reconociera por el olor a detergente de mi ropa. Fue lo único que se me currió que mi nueva yo podría heredar de la vieja.

martes, 12 de junio de 2018

Metanoticia

Durante esta jornada supimos la triste noticia de dos periodistas que murieron atropelladas por una ambulancia mientras cubrían la noticia de un insólito atropello a dos periodistas por culpa de una ambulancia que iba camino a socorrer a dos periodistas atropelladas por otra ambulancia.

lunes, 28 de mayo de 2018

Verdadera Aguilera

Aguilera siempre será Aguilera, nada la supera. Si la vieran. Anda con lo justo en la cartera, canta en la bañera y a menudo lava sus poleras. Y como si eso poco fuera, no es cuentera ni latera: es certera. A veces, cuando uno menos lo espera, ella cruza flotando la acera y se sincera, como si nadie al rededor la viera. La vez primera que la ví fue en primavera, ella comía empanadas caseras, yo compota de pera. Vaya fiesta en la rivera. Fuera como fuera, y aunque yo no lo supiera, ese día saludóme Aguilera, como si de antes me conociera. (hoy toco madera, ni Dios quisiera que su amistad perdiera).
Fin.

sábado, 3 de marzo de 2018

Detergente urgente

A veces, paso mis penas lavando loza.
hacerlo es como purgar una herida sucia, sarnosa.
"La marihuana no es la mejor consejera" me dijo una vez mi viejo
que sabe mucho del tema
Por experiencia propia yo también lo aprendí
ahora pago mis culpas usando Quix
El detergente que lo limpia todo,
-menos mi boca, mi mente, mi cuerpo-
agito de forma frenética la esponja
ojalá se forme una espuma tan grande que lave todo
Es la higiene
que no tuve durante todo este tiempo
"excesiva higiene tampoco es buena"
me dijo una vez mi mamá
pero esto no es lo mismo, se trata de otra cosa.

jueves, 15 de febrero de 2018

Sin señal


Llegué siguiendo la orilla del río. Bajo un sol de norte que no perdonaba, partí andando a mediodía por un camino de tierra uniforme, angosto, rodeado de rocas. Estaba sola y sin señal, a unos 10 kilómetros de la ciudad más próxima, y tan alto que al llegar se me taparon los oídos. 
Cuando parecía que no habría nada más que cerros, comenzaron a aparecer unasc casitas de adobe y paja. Tras tocas varias veces, de una de las puertas salió una señora gorda y con la piel quemada por el sol que me hizo pasar a su casa. Dentro estaba fresco, y me ofreció sentarme en la silla frente a la ventana y también me regaló una bolsa de naranjas. Allá, en el valle, las naranjas caían del cielo y si no estabas mirando podían noquearte. Difícil no mirar ese cielo celeste, tan lejos del Chile conocido, tan surcado por el viento seco y mineral. Al salir de ahí, después de dos horas conversando, no quería irme. Iba a volver a la nada, no sabía con qué me iba a encontrar después. El suelo estaba tan árido que sólo lo manchaba la sombra de un pimiento. Esperé a que llegaran a buscarme, y nunca más vi a esa señora cuya casa era, por lejos, la más bonita de La Higuerita.