viernes, 22 de junio de 2012

Algunas cosas que odio

- Que me mientan
- Que al hablar, no me miren a los ojos
- Que mastiquen apio cerca de mis oídos
- Que sientan pena por mí
- Tocar papel higiénico con las manos resecas
- Dormir con la luz prendida
- Los plátanos orientales
- Los pololos que hacen ruidos de monos animados para demostrarse su amor (qué bajo caen)
- las corrientes de aire
- la gente que no saluda
- la sopa de tomate fría
- la gente soberbia
- el olor a bencina




Tantos días, anhelando estrellas, soñando canciones y queriendo convertirme en mil nubes o en mil gotas de agua. Tantos días pensando en que la felicidad estaría guiñándome el ojo del otro lado de una puerta imposible, sellada con candado. Una puerta que temo tocar, mi mano se acerca y la puerta se aleja. Mi mano tiembla. Y así mismo, tantas noches de llanto de río, tantas palabras vacías que hieren como lanzas de veneno, y yo sin poder ver nada, chocando contra los muros, y luego piedras, cuchillos, garras, y de nuevo esa maldita puerta. Tantas noches a oscuras. En esa oscuridad que sólo se logra con los ojos apretados, bien cerrados. Tanto tiempo -pienso- que cuando intento ver la luz, me encandila. Los ojos me duelen al abrirlos, casi quedo ciega, pero todo está allí con una paz que parece burlarse de mis alucinaciones, todo impecable, y lo más extraño, no hay ninguna puerta.

Alzheimer

Me llevó flores de nuevo. No sé qué quiere de mí, hace más de dos años que me lleva flores. Dice que es mi esposo, que tenemos dos hijos, que si me acuerdo de Javier, o de Emilia. He intentado alejarlo, pero él insiste. Dice que ayer me acordé tanto de ti cuando nuestra Emilia se graduó, la hubieras visto, y varias cosas más. Yo no le creo. La tal Emilia no existe, y sospecho que Javier también es parte de su imaginación. Pobre hombre… se obsesionó conmigo y sé que no es un mal hombre, pero a fin de cuentas la cosa cansa. No quiero que venga más a verme. Acá he hecho varias amigas, Adela y Rosa son mis favoritas, me río de ellas a la hora del té. Pero ahora no quiero té, y no quiero que venga más el hombre. Pareciera que un día su triste sonrisa y sus manos viejas van a recordarme algo importante. Algo que olvidé y que aunque quiera, no puedo recordar. No, en realidad no lo conozco. Me hace sentir muy mal. Por favor enfermera, díganle que no venga más. F.