Si no quieres acabar en un manicomio, observa las nubes blancas y alargadas como huesos, mordisquea una galleta, hazte un bonito regalo, lee un libro que te lleve a otro planeta, háblale a los demás sobre tus sentimientos, usa tu cuerpo y tu mente, y cuando estés listo llena tu maleta y sal.
jueves, 29 de junio de 2017
Frío
Últimamente ha hecho frío,
lo sabes porque lo has vivido.
Lo sé y por eso te lo digo
no te rías esta vez, te lo pido
Ven, quédate conmigo.
domingo, 25 de junio de 2017
Azúcar flor, florazúcar
Comimos unos churros en la calle.
La media docena valía mil pero tú le pediste a la señora del carrito que te
diera sólo tres, y para que le quedara bien claro le indicaste el número tres con
tu mano flaca y larguirucha.
Como éramos dos y había que ser
justos, le pediste a la señora que cortara el tercer churro por la mitad y ella
te miró con ojos saltones, sacó del aceite hirviendo unos lulos de masa y te
los entregó de mala gana. Como si me hubieras leído la mente, mientras caminábamos
me explicaste que habías comprado sólo tres churros porque aunque te alcanzaba
para media docena no querías gastarte la luca que tenías. “Prefiero invitarte a una
cerveza”, dijiste.
Lentamente y sin hablar, tú me contaste tu parte y yo te conté la mía. Mientras nuestros dedos se llenaban del aceite
de la fritanga, tú te tragaste de un suácate el medio churro que te quedaba, y tus
pantalones negros y tus zapatos lustrados quedaron cubiertos de azúcar y te dio
lo mismo. A mi también.
Dimos unas vueltas a la manzana y
yo seguía con hambre. Buscamos un lugar para tomar
las cervezas pero ya no tuve ganas de ir a sentarme a un bar después de todo lo
que habíamos dicho. Miré la hora y eran las once de la noche, nada tarde, pensé, pero tú estabas
cansado. Nos dijimos chao en la entrada de mi edificio y desde la ventana del
quinto piso te vi mientras te alejabas.
Cuando entré al departamento me
di cuenta de que mis zapatos, mi vestido y mi chaqueta, también estaban
llenos de azúcar flor.
Malandra
Quiero que sepas antes que nada que soy una mujer bastante
mala, que muchas veces no
cede el asiento a las abuelitas en la micro. No quiero que después digas que no
te lo advertí, que te engañé y te pasé gato por liebre. No señor. Soy mala y por eso prefiero decírtelo yo misma
sin rodeos, soy mala pero mala de adentro y no porque lo diga yo, soy mala
porque son muchas las maldades que he hecho en esta vida y si no me crees anda
un día a la Biblioteca Nacional y revisa el archivo de prensa del 23 de agosto
de 1991, cuando los diarios titularon tal cual: “Hoy nació en Talca la persona
más mala”.
Soy mala aunque por fuera me vea suavecita y bien intencionada, pero
de buenas intenciones está lleno el infierno y si de algo estoy segura es que
yo cuando me muera me iré directo para allá porque allá es donde quisiera
estar, calentita y en llamas. Soy tan mala que me llega a dar gusto, porque si
algo he hecho bien en la vida es hacer todo mal: Bailar mal, vestirme mal, mentir mal.
viernes, 23 de junio de 2017
Serenata de una noche penca
La página web de la Yolanda Sultana me dijo que no hay nada que temer, que me quede tranquila no más, que ponga una velita en la tina, y que para hoy mi color es
el morado. Pero yo odio el
morado, sólo me gustan los chicles de uva de ese color.
Sabía que no me haría bien, lo sabía. Por eso pienso en mi madre cuando escribo esto, pienso en mi padre, pero a veces pienso más en mis perros. Me encanta esa frase que dijo no sé qué escritor por ahí, que dice que mientras más conoce al humano más quiere a su perro. Ahora me gustaría estar en Talca, sentada afuera, como a las 3, mientras me llega el solcito de invierno en las pecas. Me gustaría estar en el lugar favorito de los que no tienen lugar favorito. Incluyendo el desierto.
Sabía que no me haría bien, lo sabía. Por eso pienso en mi madre cuando escribo esto, pienso en mi padre, pero a veces pienso más en mis perros. Me encanta esa frase que dijo no sé qué escritor por ahí, que dice que mientras más conoce al humano más quiere a su perro. Ahora me gustaría estar en Talca, sentada afuera, como a las 3, mientras me llega el solcito de invierno en las pecas. Me gustaría estar en el lugar favorito de los que no tienen lugar favorito. Incluyendo el desierto.
lunes, 5 de junio de 2017
Cuento inclinado
Un día de pleno invierno, la casa comenzó a inclinarse levemente. Se hundía. Cuando vio lo que pasaba, Daniel corrió hacia ella con palos, maderos y rocas para sujetarla, pero para su sorpresa vio también inclinados los pinos, los edificios y las granjas, incluso a los perros y saltamontes: todos estaban medio hundidos, con un lado cayéndose como si se los empezara a tragar la tierra.
Le habían contado que eso pasaría, y él se había jurado que ese no sería su caso, que no se inclinaría aunque tuviera 30 años, la edad culmine en la que los hombres de aquella aldea comenzaban a experimentar los cambios en su cuerpo. Su abuelo Euclides Contreras, que había vivido toda la vida haciéndose el cojo para eludir la norma real de la inclinación, le había enseñado a Daniel algunos trucos para reaccionar si eso pasaba, sólo debía decir: "Oh, no no, soy indigno de inclinarme, aún soy demasiado joven".
Pero sólo era cosa de tiempo para que Daniel fuera descubierto. Era demasiado honesto y no sabía mentir.
Le habían contado que eso pasaría, y él se había jurado que ese no sería su caso, que no se inclinaría aunque tuviera 30 años, la edad culmine en la que los hombres de aquella aldea comenzaban a experimentar los cambios en su cuerpo. Su abuelo Euclides Contreras, que había vivido toda la vida haciéndose el cojo para eludir la norma real de la inclinación, le había enseñado a Daniel algunos trucos para reaccionar si eso pasaba, sólo debía decir: "Oh, no no, soy indigno de inclinarme, aún soy demasiado joven".
Pero sólo era cosa de tiempo para que Daniel fuera descubierto. Era demasiado honesto y no sabía mentir.
sábado, 3 de junio de 2017
20 años
La dulce bebida de esas fiestas estupendas la hizo atraparse en una sensación diferente: No podía moverse. Sus pupilas muertas se dilataron y se sintió como el retrato en blanco y negro de una mujer de veinte años, retocado con repulsivos y vibrantes colores pastel, una imagen sin expresión, capturada por un fotógrafo ambulante que por casualidad y sin preguntarle la fotogafió en sus veinte años, en sus trémulos y despistados veinte años.
Cuando despertó de la visión, sobresaltada pensó en la incertidumbre que le originaba el hecho de no haber estado nunca en contacto con la realidad, y en lo indiferente que era ante su propia muerte. Y de un modo confuso pero urgente se dio cuenta de lo repugnantes que lucían esas minúsculas flores de terciopelo en el sombrero de su madre.
Cuando despertó de la visión, sobresaltada pensó en la incertidumbre que le originaba el hecho de no haber estado nunca en contacto con la realidad, y en lo indiferente que era ante su propia muerte. Y de un modo confuso pero urgente se dio cuenta de lo repugnantes que lucían esas minúsculas flores de terciopelo en el sombrero de su madre.
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