jueves, 17 de febrero de 2011

El secreto.

Parece que atraigo las coincidencias, atraigo a gente loca en el metro yo.
Esa gente que no le habla a nadie, que tiene la mirada de zombie puesta en el zapato del que va parado al lado o cualquier otra cosa pequeña y la mira consternado como si fuera lo más espectacular. Sí, ese tipo de gente con las manos en los bolsillos y los pies hacia adentro, gente que silba cancioncillas despacito para no molestar a nadie, esa gente con la camisa dentro del pantalón, y la melena bañada en gel como si tuvieran miedo de que el viento les sacara a tirones el pelo. Gente tímida? No. Es lo que quieren hacernos creer, pero su aspecto es sólo un disfraz para disimular su locura desquiciada y su extravagancia mental.

El otro día, tuve un encuentro con uno de ellos en la línea 1 del metro. Era un tipo adulto y con pinta de oficinista. Con su terno, corbata y maletín, y ese olor fuerte a colonia barata. Lo sé porque iba lo suficientemente cerca de mi nariz como para darme cuenta, y me miró todo el viaje fijamente con cara amistosa. Recuerdo haberme echado un par de veces hacia atrás para guardar la debida distancia (sobre todo si el insistía en acercarse en un vagón que estaba casi vacío). Por eso mismo cuando nos bajamos, esperé que él subiera las escaleras primero y se me perdiera de vista, no porque desconfiara del tipo, sino porque quería evitarlo a toda costa.
Pero cuando lo perdi de vista y comencé a subir las escaleras, ahí estaba, esperándome. Mi cara se desfiguró por un par de microsegundos, pero seguí caminando. "Disculpa", me dijo tomándome el brazo, ¿Puedo hacerte una pregunta? dijo. Mm... Claro, le respondí, y luego aclaró que la pregunta tal vez sería un poco incómoda. "Una pregunta incómoda? Me habrá encontrado cara de anticristo y va a preguntarme si soy creyente, o querrá saber por qué intenté huir de él, no, quizá me pregunte si estoy soltera... pero es demasiado viejo para tener esas intenciones conmigo. Entonces tal vez me rapte y me lleve lejos y luego me descuartice... sí, eso es más probable, pero por qué yo, yo que no le hecho mal a nadie..." Todas esas historias engorrosas pasaron por mi imaginación rápida y mal pensada en los 3 segundos en que me demoré en contestarle. "Sssí claro, dígame" le dije finalmente con más cara de terror que de cortesía mientras intentaba que me soltara el brazo.

Supongo que no se trataba de ningun asesino en serie. Ni mucho menos un hombre de fe, que anduviera convirtiendo a jovencitas rebeldes, ni qué hablar de intenciones amorosas, no sé cómo pude pensar en eso. Resultó que el tipo en realidad estaba de lo más preocupado por mi cutis. Sí, por mi cutis! Quería saber si yo me cuidaba la piel, porque me había estado mirando en el metro y se había dado cuenta de que mi cutis no era el mejor... Por eso me hizo detallarle todo lo que hacia para cuidar mi piel, y me dijo que todo eso no servía para nada, que todo el mundo cometía el mismo error, que las pastillas y las cremas eran pura mentira, que yo era muy bonita para tener esos granitos en la piel, en realidad tan fáciles de sacar, con un secreto tan simple... Y fue ahí cuando me rebeló su secreto. Un secreto que debe haber querido compartir hace mucho tiempo con alguien, pienso yo, porque me lo contó entusiasmado como si me estuviera dando la receta para la cura del cáncer. "Es un secreto que me enséñó un viejito del campo hace mucho tiempo y funciona, lo juro... yo lo hice y mira mi cutis, tengo 40 años y lo tengo perfecto, ninguna marca de acné" Yo no sabía qué pensar... el tipo me estaba dando su tiempo de oficinista ocupado sólo para contarme su secreto, y yo seguía sin entender por qué hacía tal. Finalmente habló: "Lo que vas a hacer, es que cada noche, vas a guardar la última orina del día, y te la vas a echar en la cara" me dijo.

Sé que no era un secreto demasiado higiénico. Sé que tal vez no era él la persona más esperada para contármelo, y que tampoco era el momento más adock, pero me lo había contado, y todo esto mientras esperábamos el próximo metro. Había sido extraño, y aún no sabía qué creer, ni entendía qué le había llevado a él, tal preocupación por mi mal cutis. Pero, fuese como fuese, yo ya tenía su secreto en mis manos, ahora sólo debía hacerle caso, y mi vida se solucionaría. Cuando por fin llegó el metro, me despedí del parlanchin hombre, quien me deseó suerte en todo lo que yo hiciera en la vida, de ahí para adelante. Le dí las gracias, subí corriendo al vagón y respiré profundo.

Por supuesto, nunca he puesto en práctica el secreto, (no sé qué tolero más, si echarme mi propia orina en la cara, o tener unos cuantos granos de vez en cuando) pero supongo que a alguien puede servirle, y así esto se convierte en una cadena de favores... No es mala idea! :)







F.