sábado, 30 de noviembre de 2013

La muerte

Me pregunto si la muerte te siguió a ti también. Si notaste una presencia extraña, si alcanzaste a sentir ese frío en la espalda y a contárselo a alguien. Yo no tengo a quien contárselo, pero hace días que me anda siguiendo. He notado que una sombra camina detrás mío con unos pasitos cortos, pero cuando volteo desaparece. Viene haciendo eso desde la semana pasada, pero no sé si deba preocuparme. ¿Crees que deba contárselo a alguien? ¿o hacer algo al respecto? Porque, está bien, es la muerte y hay que tenerle respeto, pero no tengo miedo, sé por qué me viene siguiendo. En realidad yo la llamé. Ella no quería venir todavía, pero yo la llamé y ella es obediente por eso vino. De mala gana, pero vino. Y ahí ha estado todos estos días en el rincón de mi pieza detrás de la puerta, y cree que yo no la he visto.

sábado, 23 de noviembre de 2013

Forzosa ignorancia

Sé muy bien que sabes que yo sé que los dos lo sabemos. Eso me deja tranquila, hubiese sido amargo ignorar lo que sabemos desde siempre. También sé que a pesar de todo, de lo obvio que es, intentas ignorarlo. No te juzgo porque yo también. Es fácil hacerlo superficialmente pero imposible en realidad, porque escúchame, es inevitable de cualquier modo, cabeza hueca.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Llorando se acaban las penas

Lloré así como llora un cocodrilo en un pantano, con esas lágrimas cocodrilescas que llegan a dar vergüenza. Lloré 37 días y 37 noches con 20 horas y 3 minutos, sin parar, nada me detuvo. Ni las risas de la televisión, ni los hombres guapos, ni las flores que me envió un grupo de extraterrestres intentando consolarme. Pero el último día sucedió algo fortuito, un micrero tenía puesta una canción de Los ángeles negros, exquisitamente dramática, y volveré como un ave que retorna su nidal, verás que pronto volveré y me quedaré. Y ese día paré de llorar. Me cagué de risa.