jueves, 21 de noviembre de 2013

Llorando se acaban las penas

Lloré así como llora un cocodrilo en un pantano, con esas lágrimas cocodrilescas que llegan a dar vergüenza. Lloré 37 días y 37 noches con 20 horas y 3 minutos, sin parar, nada me detuvo. Ni las risas de la televisión, ni los hombres guapos, ni las flores que me envió un grupo de extraterrestres intentando consolarme. Pero el último día sucedió algo fortuito, un micrero tenía puesta una canción de Los ángeles negros, exquisitamente dramática, y volveré como un ave que retorna su nidal, verás que pronto volveré y me quedaré. Y ese día paré de llorar. Me cagué de risa.


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