miércoles, 9 de octubre de 2013

Phineas

¿Cuánto llevaba ese trozo de hierro allí arriba, en su cabeza?, quizá un año o dos. No recordaba cuándo había sido el fatal y bizarro accidente que logró incrustar una vara de hierro de dos metros  en el lóbulo frontal de su cerebro. Sólo sabe que dejó de sentir. Dejó de tocarla, de mirarla. Ella no decía nada, pero lloraba. Amaba a Phineas Gage más que a sí misma.


Pedir, pedir y pedir.

Queremos que nos pongan la ropita, que nos laven con agua tibia, que nos den nuestra comida a todas horas. Luego queremos cortarnos el pelo, queremos adelgazar, ser atractivos, vernos bien con nuestra ropa, nuestro estilo. Pero no basta porque después seguimos queriendo, queremos que nos quieran, queremos cantar bonito, tener éxito en el trabajo, buenos libros que no tendremos tiempo de leer, una pareja divertida, un perro grande, una casa en el sur. Aún así después queremos  hijos, pero hijos bonitos, hijos exitosos, inteligentes. También queremos tener dinero, honor, libertad y cierta tranquilidad. Queremos que nos reconozcan por el bien que hicimos, por el mal que no hemos hecho. Después queremos que esos hijos nos den nietos, que nos vengan a ver, estar la próxima navidad aquí, o en nuestro próximo cumpleaños.