sábado, 11 de septiembre de 2010

La máquina




Ellos son Máquinas, que a veces lanzan descargas eléctricas.
Descargas de 30 millones de voltios... como un trueno que quema, que eriza los pelos, que rostiza la piel. Máquinas que solían ser humanos, pero que el horario del trabajo los hizo olvidarlo. Mimetizados con la máquina madre, ya no son más lo que fueron.
Intento caminar entre ellos; algunos como yo, procuran recordar que son humanos; otros en tanto, ya lo olvidaron.

Aunque debo decir que yo no nací sabiéndolo. Solía creer que todos eran humanos aquí. Pero me di cuenta un día en que me dirigía al metro, caminando por el andén. En ese momento debo haber equivocado un paso -soy humana- pero a uno de ellos -máquina por excelencia- le disgustó mucho. Al parecer había entorpecido su rutina programada y rápida, su circuito de pasos contados y fríamente calculados.
El que entonces tomé por un hombre, me lanzó una descarga muy fuerte, en forma de gritos e improperios que un principio no entendí (pero que más tarde, expertos en máquinas me explicarían lo que significaban) y me asusté, me dolió, quemó y rostizó.

Cuando lo miré a los ojos y vi que eran de un color gris sin expresión ni brillo, supe que ya no era humano, que se había entregado hace mucho tiempo. Con los pelos parados y la piel aún rostizada, esperé que hiciera su descarga y se alejase para subirse al metro.

1 comentario:

  1. siempre habrá más de 10 caras de poto en cada vagón de metro... cuático

    y no soy ningún anónimo

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