miércoles, 22 de mayo de 2013

Consciencia del ratón que nos habita.

A veces, cuando me ducho o me estoy quedando dormida, tomo una exacerbada y terrorífica consciencia de que vivo.  Siento mi cuerpo caliente, mi corazón latiendo y la sangre corriendo por ahí, sin que yo lo haya decidido. Tan frágil y extraño este cuerpo -pienso mientras me jabono en la ducha- mientras me miro estos bracitos de carne, y las piernecitas largas que sostienen todo esto. A veces los veo sólo como eso, como un material parecido a la plasticina que algún día va a degradarse, a oxidarse como el metal, o llenarse de polillas como la lana. Y entonces siempre llego a la misma conclusión:

Soy un robot manejado por un ratoncito que está metido en mi cabeza y es inmortal, nunca envejece, él maneja mi cuerpo y éste le obedece. Pero el día que mi cuerpo se eche a perder, cuando me falten piezas y se haya oxidado, el ratón, aunque joven aún, no tendrá vehículo para movilizarse, no tendrá casa donde vivir y se tendrá que ir a otro planeta. Aún no decido si se va a ir a Marte o a Júpiter.


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