domingo, 7 de septiembre de 2014

Lavandas

Es un chico de unos veinticinco años, solitario y tímido, como renegado de su ego. Lo he visto arrancar de un tirón las lavandas del jardín del 307, una y otra vez, los lunes, los viernes y a veces los sábados. Las arranca de a dos o tres y las frota entre las palmas de sus manos. Se las lleva a la cara, a la nariz, compulsivamente. Inhala, exhala. Las lavandas le recuerdan al campo y el campo le recuerda a su infancia donde le hubiese gustado quedarse por siempre. Todo un Peter Pan. Porque ahora que lo pienso es mucho lo que se parece. Con las manos aun en la cara y el olor a flores dulzón y hasta irritante, Peter Pan desaparece al doblar la esquina. El conserje del 307 lo mira pero jamás le dice nada, porque secretamente él hace lo mismo en sus turnos de noche.

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