jueves, 25 de febrero de 2016

Maldita cacerola

La gallina nunca se había sentido tan sola, como si ni ella misma se reconociera. Como si en toda su vida jamás hubiera cacareado por sí sola. Como si se avergonzara de lo cagado que estaba el palo de su gallinero. El gallo había partido y a los pollos se los habían llevado a un corral más grande que tenía el patrón en el campo. Pero a ella, -a ella que siempre le habían hecho pensar que era la regalona- ahora se la iban a comer. No necesitaban decírselo, bastaba ver como en la cocina la Juana cortaba la cebolla, picaba el cilantrito, entraban y salían las manos llenas de harina.
Si hasta los ratones salían a mirar.

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