viernes, 3 de marzo de 2017

El misterio de los calcetines de cambio

¡¡¡Basta!!! Grité de nuevo. Tenía miedo de que le diera náuseas, si la gente se acercaba demasiado a ella, le daría náuseas. Habíamos vivido eso antes, hace un par de años en Santiago. Pero acá nadie podía entender una palabra de lo que decíamos porque yo no sabía Francés y ella estaba demasiado drogada para traducirme. Por eso tuve que gritar. Grité lo más fuerte que pude para que la multitud se disipara, porque un grito es siempre un grito, es un gesto universal, da igual el idioma en que se haga. Ya estaba empezando a desesperarme cuando sin querer miré dentro de su cartera y descubrí que llevaba unos calcetines de cambio. Saqué unas monedas de mi bolsillo, entré a una cabina telefónica y marqué el número. 

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