Cuando ya estaban demasiado lejos, la mujer lloró. Le perturbaba su presencia, la calificaba de inexplicable y absurda, pero comprendió que ya no había tiempo de bajarse de la máquina y de buscar la salvación en la fuga. Los vidrios gastados de la camioneta reflejaban hostilmente los rayos del sol en su iris, mientras el semáforo daba en amarillo... y en verde otra vez.
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