miércoles, 8 de junio de 2011

El tiempo y las muñecas

Para qué andamos con cosas, cuando niños éramos sabios, nos inventábamos mejores mundos, porque tal vez presentíamos que éste no era el lugar más amable que haya existido.
Yo al menos, estaba muy feliz en el mundo alternativo. Estaba de lo mejor dándole papillas hechas de barro y pasto a mis muñecas. Las alimentaba sanamente, las hacía acostarse temprano y las retaba mucho, cosas básicas que debe hacer una buena madre.
Pero muchas cosas pasaron y fui agrandándome como Alicia en el país de las maravillas, y fui olvidando a mis muñecas -pobres hijas, quedaron sin madre- pero mi cerebro siguió del mismo porte, cosa curiosa. En otras palabras, fuí creciendo. ¿O mejor dicho decreciendo? Quién sabe. Yo sólo pienso, ¿alguien me preguntó primero si quería crecer? al parecer nadie, y hasta el día de hoy digo, qué falta de respeto.
Yo no sé cuando acabó ese estado de eterna fascinación que tenía cuando niña. Tampoco me acuerdo donde guardé esos personajes que solía inventarme, ni por qué deje de inventarlos. ¿Cuándo perdí el gusto por meterme debajo de las mesas? ¿o por hacer castillos de cojines? ¿O por jugar a las secretarias? Tal vez nadie haya logrado sacarme eso de raíz... pero está claro que ya no tengo el mismo tiempo de antes para dedicárselo a mis muñecas, lo cual me da un poco de pena por ellas, porque deben estar pensando que soy pésima madre.

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