Spinetta. Los niños y su inocencia. Los cuentos, cuentos
cortos que con poco digan mucho. Muchos dibujos, sueños extraños, personajes con sus matices. Personajes reales o ficticios. Las
velas encendidas en la noche. Los diarios de vida, los libros nuevos, o viejos,
da lo miso. Las cosas antiguas que fueron de alguien triste. Lápices y varias libretas. El teatro, butacas, el escenario. El amor, pero sólo del bueno, el olor a sopa de tomate, los
cafés pequeños de ciudad con esa galletita que sirven al lado de la taza. Los
cuadros y las pinturas, aunque yo no pinto. Las luces, puñados de luces pequeñas
que parezcan estrellas. Los caleidoscopios, las
servilletas, la ropa sin planchar, los poemas, los libros de Cortázar. La
pena, el llanto, la rabia, el invierno con su lluvia, tus besos, tu risa, y los ríos mucho más que el mar.
Los abrazos que me cuesta dar -nunca supe cómo- y los silencios incómodos. Los bancos de las
plazas. Las conversaciones de las tres de la mañana, las películas donde no se
entiende nada, me encanta cuando no se entiende nada. Los músicos con sus guitarras,
las guirnaldas en las tiendas orientales, las conversaciones de taxi. El sonido
del acordeón, las palomas, tu cara.
Quiero una vida donde exista todo eso.
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