domingo, 10 de agosto de 2014

Buses de caramelo

Subí apurada al primer bus que encontré. Olía a baño y a trapo húmedo, así que bloqueé mi sentido del olfato. Busqué mi asiento -el 33- con el desgano de algo que ya se ha vuelto rutinario con los años, y le pedí permiso a una señora  para pasar por encima de ella, intentando usar mis habilidades contorsionistas. Siempre es igual. Quedé en el puesto de la ventana y le dije que se pusiera el cinturón. Ella miró sonriendo y asintió con la cabeza: "si no después le pasan la multa a uno", dijo con tonito inocente. Lo que venía después era un silencio incómodo y una mirada rápida al celular. Las cuatro con veinte. A esa hora un vendedor de golosinas con la piel curtida se subía a ofrecer turrones, y mi compañera de asiento compró dos, aprovechando la promoción de 2 x 500. Cuando partió el bus ella alargó su mano. "Tome, un turrón para el viaje. No para usted, para el viaje" -repitió con una risita, como dándose cuenta de lo que había dicho. Le agradecí el gesto y tuve que hacerme su amiga; tras aceptar el caramelo, se pasa a formar parte del juego.

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