domingo, 25 de junio de 2017

Azúcar flor, florazúcar

Comimos unos churros en la calle. La media docena valía mil pero tú le pediste a la señora del carrito que te diera sólo tres, y para que le quedara bien claro le indicaste el número tres con tu mano flaca y larguirucha.   

Como éramos dos y había que ser justos, le pediste a la señora que cortara el tercer churro por la mitad y ella te miró con ojos saltones, sacó del aceite hirviendo unos lulos de masa y te los entregó de mala gana. Como si me hubieras leído la mente, mientras caminábamos me explicaste que habías comprado sólo tres churros porque aunque te alcanzaba para media docena no querías gastarte la luca que tenías. “Prefiero invitarte a una cerveza”, dijiste.

Lentamente y sin hablar, tú me contaste tu parte y yo te conté la mía. Mientras nuestros dedos se llenaban del aceite de la fritanga, tú te tragaste de un suácate el medio churro que te quedaba, y tus pantalones negros y tus zapatos lustrados quedaron cubiertos de azúcar y te dio lo mismo. A mi también.   

Dimos unas vueltas a la manzana y yo seguía con hambre. Buscamos un lugar para tomar las cervezas pero ya no tuve ganas de ir a sentarme a un bar después de todo lo que habíamos dicho. Miré la hora y eran las once de la noche, nada tarde, pensé, pero tú estabas cansado. Nos dijimos chao en la entrada de mi edificio y desde la ventana del quinto piso te vi mientras te alejabas.


Cuando entré al departamento me di cuenta de que mis zapatos, mi vestido y mi chaqueta, también estaban llenos de azúcar flor.

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